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La luciérnaga aparece. Sola. Desprotegida. Casi, apagada. La luz apenas ilumina. La sombra la acecha, la encoge, la atemoriza. No quiere dormir en oscuridad, quiere mirar en blanca y alegre luz. Apenas se puede mover, apenas consigue avanzar. Sigue, sigue, y sigue. No más que soportar, es lo que hace. Así, veo venir otra. La ayuda, se van. Ahora son una pequeña bombilla, potente y alumbrante, tanto, que al fin percibo en qué lado del jardín me encuentro. Ahora estoy aquí, las dos luciérnagas se han alejado ya, y la luz desaparece brillantemente conforme yo me adentro en la habitación iluminada con la lámpara. La oscuridad permanece, pero no aquí, no con ellas, no conmigo, no con nuestro deseo de brillo.
     Las listas acrecentaban su nerviosismo, y el tiempo se ralentizaba hasta observar cómo las agujas marcaban un segundo tras otro el despacio pasar del momento. Todos los materiales estaban a su disposición esparcidos por la mesa- ninguno perdido, pero sí desperdigados-; los papeles, amontonados en pilas, ya conocían la rutina de aquella desesperación y los bolígrafos se quedaban sin tinta de tantas historias contadas. Algunos libros hace tiempo ya que se despidieron del polvo de tanto uso; en cambio, hicieron migas con el fondo de la estantería otros tantos. Las libretas aparecían aquí y allá como si de notas o recordatorios se tratasen, y las cajas de documentos ocupaban la parte trasera de la sala. Así se presentaba su estudio: tranquilo y concentrado en medio del ajetreo aparente, pero sabía perfectamente que las listas aumentarían más y más, no quería sufrir; quería que el tiempo transcurriese con más rapidez o, mejor aún, que la duración y sensación fuera la misma siempre y c
Valoramos la protección en nuestra niñez, la independencia en nuestra juventud, más, casi volar queremos para regresar donde nuestras huellas tocaron suelo, y volver a establecernos en el dulce placer de la rutina para confortarnos y dejar, con la piel rugosa, que esa conformidad se convierta en la última alegría de nuestro paso por la vida.
       Era tarde, pero apenas marcaban las once. No lo aguantaba más. No podía esperar más. El tintineo constante del reloj de aguja marcaba el compás de su acelerado corazón, movido por la idea que apedreaba su cabeza: vete- susurraba- no vuelvas, y no mires atrás, sino adelante. Duerme.                     Así concluía, después el reloj desaparecía de su mente pero las agujas señalaban el número doce y acompasaban el pensamiento precedente al dulce sueño del cansancio acumulado, acumulado por interés en producir enérgicamente los efectos de su pasión, pasión que recordaría al cerrar los ojos para relajarse al son de las doce y cinco... con una sonrisa en la oscuridad. El pulso descendía; la respiración, en profunda, se convertía; y el sueño acrecentaba. Su cabeza y corazón se pusieron de acuerdo: le dejaron dormir, le permitieron soñar; y, el reloj, se disolvería en segundos en la dimensión de la imaginación, donde el tiempo no tomaría la palabra, sino que las ideas detendrían a
          A veces me encuentro en los demás; otras, descubro mi "yo" a solas, y en muchas otras ocasiones me pierdo. En mi mente, me alejo de la realidad y se me olvida que las emociones afectan: permiten vivir apasionadamente la vida, pero también alejarse de la realidad cuando menos conviene. "¡Qué estúpido todo esto!" me digo a mí misma y, sin embargo, cuánto efecto tienen en la percepción de la realidad, la vida y su significado, de nosotros mismos; y cómo nos hace recobrar la conciencia sobre nuestra existencia para vivir la propia vida intensamente de nuevo con perspectivas diferentes, aprendidas del exceso de emociones, o de la carencia de ellas.
         Miraba la gente. Uno iba con el paraguas en mano, el otro con él desplegado por las goteras de los tejados y los árboles, otro se las apañaba con una capucha, y otros buscaban cobijarse bajo los porches. La lluvia no dejaba indiferente a nadie; ni a quien la odiase, ni a quien cerrara los ojos para sentirla o quien, con los mismos ojos abiertos, sonriera hacia el cielo y se empapase de alegría.               Algunas zapatillas y zapatos sonarían con las pisadas en determinados suelos secos; algunos intentarían ser discretos en su presencia, otros, tratarían de llegar a tiempo a sus quehaceres, tan rápido que sus pasos seguirían el compás del chirrido. Nadie quedaría fuera, nadie sería una excepción.              Incluso aquellos que iban en un coche, bus, o como aquí, en Pamplona, en villavesa, tendrían el máximo cuidado con sus pertenencias. Todo está a merced de la humedad. Un descuido, y ¡zas! ¡ya estaría empapado todo el material! Tus libros, carpetas, chaquetas, o
No quiero palabras dolientes. Más no puedo evitarlas, sí ignorarlas, dejar que no afecten pero quedarán ahí, en el fondo. Ahora ya solo quiero oír palabras justas y reales, no culpas ni tonterías solo verdades, realidades, que ayuden a comprender los fallos y a superarlos, no a apartarlos con excusas de palabras sin sentido por el enfado. Quiero la verdad, y si hay vacío en mí quiero conocer qué dicen mis palabras de cómo estoy para no herir a otros con esas palabras dolientes; esas, que intento que no me afecten, pero que, a veces, ahí se quedan.
Has venido antes, y alguna vez te he escuchado, pero quisiera conocerte más de cerca. Quisiera comprenderte, no huir de ti o ignorarte. Quisiera saber aceptar a tiempo que estás ahí, mirarte a los ojos, y decirte que espero que transformes los nervios, la duda, la indiferencia, angustia, en movimiento, en progreso constante, en satisfacción; y que, cuando todo acabe, miedo, seamos amigos de nuevo, que sepa agradecerte  no apagar mis sueños, saber escucharte, ver por qué estás ahí, y recapacitar si merece la pena aprender de esta experiencia para que, en las próximas, cuando escuche tu susurro de nuevo te desvanezcas en mi interior, te mezcles con la ilusión de mis metas me hagas alcanzar más, que me ayudes a ser vulnerable y real, que me enseñes a superarme, a vivir la vida plenamente, a tu lado, pero sin ti al acecho; A sentirla llena de dulzura, de agradecimiento, de paz. De alegría, de tristeza. De equilibrio. Es
Quiero ser una alma vieja quiero tener los ojos curiosos de niño, la imaginación del lector y el espíritu del aventurero; quiero ser un creativo viajero un hábil conversador, un cómico comentarista un historiador; un realista cumplidor un ambicioso soñador, un trabajador insano un vago relajado; un luchador, un sanador en peligro, un rescatador en ayuda; una perspectiva nueva una idea renovada una costumbre; un invento, un fracaso, una experiencia, una memoria; en el fondo, yo.

Tertulia madrileña de 1795 (II)

ESCENA 3 GABRIEL DE VELAZQUEZ: Se ha creado la RAE, la Real Academia Española. Su lema es: limpia, fija y da esplendor. Esta institución pretende limpiar las palabras francesas que se encuentran en el castellano, fijar la gramática y dar esplendor literario. DAVID GRACIA: ¡Perfecto! ¡Ahora a afianzar la lengua castellana! Si es que… ¡cuántas instituciones nuevas se están haciendo ahora! GABRIEL DE VELAZQUEZ: Está bien, pero recuerde también la enciclopedia. Aparte de lo que pueda suceder aquí, se ha intentado recopilar la cultura y todo el saber en ésta. BENJAMÍN GARCÍA: Así se podrá acceder a cualquier información incluso de científicos y los experimentos que llevaron a cabo. Por cierto… ¿qué tal están yendo los resultados de su experimento? GABRIEL DE VELAZQUEZ: Mi experimento aún no puede ser explicado en qué consiste. Lo único que diré es que os debo informar que tendrá relación con las tres leyes que Newton enunció. EUSEBIO VIEJO: Esperamos que se encuen

Tertulia madrileña de 1795

Aquí os dejo con algo nuevo. Me gustan los guiones tanto para teatro como para el mundo audiovisual y tuve que hacer una vez (hace unos años ya) un trabajo en equipo para el colegio. Ni tuve ni tengo experiencia con este género ni creo saber expresar el lenguaje de la época, espero que guste como entretenimiento. Tratamos de reflejar una tertulia en un vídeo. Escribí el diálogo, buscamos los disfraces y, ¡a grabar! Espero que os guste esta propuesta, por si alguna vez me animo a subir más guiones o escribo otro tipo de géneros.  Son cuatro personajes: Benjamín García, un intelectual; Gabriel de Velazquez, un científico que perdió a su mujer; David Gracia, un personaje con problemas con la bebida y revolucionario; y Eusebio Viejo, un viajero constante. ACTO ÚNICO ESCENA 1 BENJAMÍN GARCÍA: (les abre la puerta) Pasen ustedes, siéntanse como en su hogar. (Reverencia) GABRIEL DE VELAZQUEZ: Le agradecemos su invitación. En tertulia tan interesante no había estado h
Letra a letra, palabra a palabra, con cada frase formada una idea se constituye y un mundo nuevo se crea. Una a una, conectadas entre sí, sin ser una idea mejor o peor una que otra, forman imágenes diferentes: Representan un célebre instante en que, por el cerebro de un humano, una historia se cuenta. Los sentidos se agudizan, se desenfrenan las pasiones y las expresiones desbordan por medio de un mismo ser. Y ya, contada la historia, transmitida la secuencia, no va a haber vuelta atrás. La mente no empequeñece, más bien aumentará con creces. Y, por mucho que se quiera, jamás se volverá a ser, nunca más, aquel que un día se fuera.
            No conciliaba el sueño. Simplemente no podía, y no lo soportaba en ocasiones; en otras, disfrutaba de la soledad de la noche. Miraba al techo y hablaba en voz alta sola. Por suerte para ella, su mascota la acompañaba en su vigilia, aunque había veces que lo hacía sin estar ella presente. Cuando eso sucedía se reía un rato, no podía evitar sonreír con la simpleza y el surrealismo de aquella escena. Todos los recuerdos se agolpaban, tanto buenos como malos, e iban a su mente como trozos de películas cortadas. Después se acordaba de aquello que debía hacer. Y, ya que no podía dejar de hacer nada, y que no iba a estar más que mirando al techo, se decía a sí misma: “¿por qué no?” se levantaba e iba al estudio, y comenzaba sus tareas hasta que la noche se convirtió en una fuente de ideas, y el día en un momento de ajetreo que para ella sería el descanso de un buen trabajo y para los demás un comienzo de inacabados recuerdos.

La autenticidad

      Ser coherente con los propios valores es una tarea peliaguda que conlleva evitar excusas ante encargos a realizar por esa idea del "yo verdadero". Incluso es necesario lidiar entre valores y momentos que ponen al sujeto en una situación incómoda, de indecisión. Normalmente esta escena ocurre cuando se quiere pertenecer a un grupo con el que se está de acuerdo en ideas y a la vez quiere mantenerse la integridad.       También sucede con el propósito de la vida. A veces hay ataduras impuestas voluntariamente porque forman parte de esos hábitos que llevan a cumplir los valores en que se cree. Sin embargo, otras veces frenan a la hora de decidir el propósito: Me ato a la familia, amigos, costumbres o rutinas que tengo aquí y no salgo afuera a explorar. No quiero apartarme de esto porque lo valoro pero también considero importante la exploración y la búsqueda de la verdad, el auto conocimiento a través de las experiencias. Se contraponen las situaciones, prioridades y v
El paraguas frena las gotas de lluvia, no deja que conectemos con los demás, que nos calemos. El cristal impide acercarnos, pero vemos las gotas de agua: tan cerca, que nos alegramos al verlas; tan lejos, que parecemos vivir en un desierto. El plástico protege el aire; sin embargo, así el globo permanece inflado. Nos vamos desinflando con cada conversación, salida, reunión, tarea, objetivo, propósito: sin aparente cansancio. No nos damos cuenta: Somos un globo desinflándose. Un globo que acaba amurallando su aire mediante un cristal. Un globo que cubre, protege, de las otras gotas de lluvia y se enfrenta a ellas con la tela; no deja que lleguen a nosotros. Dejemos de acumular expectativas, seamos los efectos positivos de una sonrisa, la presencia del niño presente; no burbujas que explotan negatividad tras expulsar todo el aire, con el tiempo, que el plástico del globo, de nosotros, ha podido dar de sí: conectemos con nosotros mismos, conectemos con lo
El lejano goteo resbala por las estalactita de una quieta cueva y, sobre un pequeño charco, crea unas ondas diminutas: el silencio reina. No despertemos los murciélagos, sombras del refugio, que, al vislumbrar luz y atisbar sonidos desconocidos, baten sus alas para huir de quien explorando está su recóndita morada; de la que únicamente el esplendor verán aquellos a los que la paciencia guíe sin luz agresiva y sin ruido. Únicamente el secreto de este magnífico lugar lo hallarán los que estén dispuestos a ahondar en las profundidades de la tierra, y a escuchar el más dulcificante sonido: el goteo en el misterio; el extenso hilo de experiencias, el largo recorrido de ideas pensadas, en el silencioso proceso de la memoria.
Abre la cerradura, introduce la llave, encuentra el compartimento, no serás capaz de ver qué hay dentro. Muñecas rusas, una dentro de otra, ¿un martillo? ¿tirarlas al suelo? no serás capaz de ver qué hay dentro. Clave, contraseña, ¡qué más da! no sirve de nada. Está vacío, lleno de todo. Todo es nada para el poco avispado. Todo es lleno para el comprensivo. Dentro, fuera; dicho, silencio. Capas, capas. Y más capas. Se rompen, esperan la escucha. ¡Shh! un juicio viene, no lo aceptará si no entiende, ¡hay que esconderse! Parece haber cerrado su tímpano, y abierto su boca al sinsentido.
        Movimiento sigiloso, de la esperanza paciente. Delicado, fuerte. Flexible, rígido. En constante espera dinámica. Todo se mueve, nada parece cambiar. Uno tras otro apacigua la mente. La cadena de intentos fallidos hace caer la tinta del tintero del sueño. La pluma continúa escribiendo, la mano efectúa el movimiento sigiloso, espera alcanzar una satisfacción inherente a la actividad, una que no parece existir. Luego retrocede la mirada sobre las palabras, sonríe el rostro, de realización, no entusiasmo, y acepta el hecho. ¿Qué más hace falta para satisfacer dicho deseo? Se busca, se escapa. No se encuentra. Aparece, desaparece constantemente. Siempre escribiendo. Siempre buscando esa sensación efímera. Siempre un movimiento sigiloso, un movimiento constante, una dinámica reflexiva en medio de una aparente búsqueda de una esperanza inexistente y una gratificación en la aventura de las palabras.
         Subió al tren. Se sentó, y miró su reloj: las doce del mediodía. Ni un minuto más, ni uno menos. Suspiró. Miró por la ventana. Miró hacia el pasillo; hacia sus parientes despidiéndose con la mano tras el cristal. Colocó su maletín, antes sobre sus piernas, debajo de su asiento, junto a su pie derecho, contra la pared. Volvió la vista al frente, aún no se había acomodado ningún viajero con el que pudiera tener una conversación interesante. Mejor así, creyó. Miró hacia arriba. Había compartimentos donde dejar el equipaje. Él, que solo llevaba su maletín no se preocupó, pero pensó que le hubiese venido bien traer un poco más de vestimenta, ya para la próxima vez. Sí, estaba ansioso. Su mente no paraba de tener pensamientos de duda, incluso de las más nimias tareas. Por eso miraba a todos lados, y no observaba nada con discernimiento. No podía relajarse. Sabía que no tenía sentido. Aprovechó su compañía fantasmagórica para abrir su maletín sobre la mesa y comenzar a trabajar; nad
        Los peldaños parecían aumentar a medida que llegaba arriba. Uno, y otro, y otro más. Era interminable. La gota de sudor, tímida, pero implacable, recorría mi rostro a pesar de mi sombrero, ¡y yo que pensaba que me serviría de algo! ¡qué ingenuo!          Uno, y otro, y otro. ¡Por fin! -exclamé- ¡el último!- Sin embargo, mi pie cedió. Parecía no querer avanzar, como si una fuerza le impidiera ascender hasta alcanzar el desafío final. Miré hacia abajo. Luego a un lado. Observé todo el trayecto recorrido desde el primer piso; después, el ascensor estropeado. Era el portal diez, piso undécimo. Si no fuera una emergencia ni habría ido.        Ahí me tenías, enfrentándome al deseo de querer llegar al final, o renunciar por creer que hay un objetivo más satisfactorio. ¿Qué pasaría si mi pie se colocase en el último escalón y llamase, después de suspirar fuerte para obtener el ánimo perdido, y me dijeran que la emergencia, la meta, la forma en la que podía ayudar, se desvanece
¿Son nuestras convicciones guiadas por los sentimientos o por la razón?                         En la obra  Medea   de Eurípides, como en  Abel Sánchez  de Unamuno, se presenta a los personajes con unas convicciones interiores marcadas fuertemente por una causa por la que luchan tanto Medea como Joaquín así como, en menor medida, Jasón y Abel.                         Los personajes parecen predestinados: Por un lado, Medea es el personaje vivo de la expresión pasional, del deseo y por lo tanto, se contrarrestará con el personaje racional que presenta Jasón. En cambio, Joaquín está determinado por la historia de Caín y Abel, identificándose con el primero, con una carencia o infravaloración y, de esta forma, en un principio Abel se centrará en su trabajo y familia al ser afortunado mientras que Joaquín lo envidiará constantemente.                         Sin embargo, el factor que rompe el amor que Medea y Joaquín albergan los lleva a odiar, a romper como Medea
Si las piedras de ajedrez se moviesen con facilidad, si los pasos sobre el tablero fueran siempre firmes, si los silencios reflexivos fueran jugadas seguras... no nos enfrentaríamos solo al blanco y negro plano sobre el que se posicionan las opciones que uno dispone: al juego en el que mediante acciones se acerca a la meta, sino al rival, a la inseguridad, a nosotros mismos. Una huella marca la diferencia, y un retroceso sirve para dar dos pasos al frente o para caer lentamente al suelo. Sin embargo, continúa sin cese, y el jugador aprecia sus fortalezas, y debilidades, en ese tiempo medido; así como el observador, ajeno, fija su mirada en cómo los pequeños movimientos le llevan a grandes batallas, y, a sueños, que sin el juego, no sería capaz de imaginarse y verse inmerso hasta conseguirlos.
Ocho horas, no menos, eso dicen, eso intentan. Cuántos dormidos durmiendo ocho horas; cuántos despiertos durmiendo la siesta. Dejemos de adormilar aquello que nos importa y vivamos, no existamos, vivamos despiertos, no dormidos. Para dormir, sin descansar, mejor tener un propósito. Para agotarse sin necesidad, mejor vivir dormidos. Y, para existir sin vivir, mejor acordarse de la vida.
Las páginas conforman nuestra historia, llena de sueños e ilusiones como las ramificaciones de los árboles, crecederas constantes hacia el cielo. Las raíces sostienen el tronco, la lluvia las endurece, la luz del sol tiñe sus hojas, y la vida, con todos sus matices, evoluciona y experimenta esta oportunidad: la existencia; una portada tras otra, una contraportada continua.
Perfume de tu oído, vista de tu constelación, gusto retraído y amargor en el estómago. Cuánta vuelta intestinal provocada por el exterior, angustia hasta menguar en su consideración. Colores brillantes apagados al emerger el bunque de los pozos que al fin se rebelan otra vez. El cubo subirá y encharcará el suelo de hojas otoñales; pero primero, la cuerda, por la polea, deberá avanzar, y para eso, el aguador paciencia habrá de tener hasta así, relucir el agua y transparente aparecer.
Surfea la ola más alta, pues llegará a la arenada superficie. Recorre la altura más estremecedora, sobre la montaña rusa, para desprender rápido. Sueña con el ideal, sin trabajo duro, y caerás dormido entre papeles. Intenta mejorarte a ti mismo y puede que enfermes de vanidad. Sé otro, y tu yo auténtico te mirará, te descompondrás en pedazos, y luego, cuando te haya permitido destruirte hasta tocar fondo, conseguirás recomponerte y establecer metas realistas con las que imaginar un futuro, pero no una vida.
Cuando hablen los ojos, que los labios se cierren, que la cabeza se dirija al frente, que las manos queden tranquilas, que las orejas escuchen lo que fue anteriormente imposible de transmitir. Cuando te encuentres frente  una mirada transparente, pregúntate por qué, por qué el resto del cuerpo permanece quieto, inmóvil, o en continua agitación. ¿Qué desean transmitir? Los párpados no impiden ver, y la ilusión o las lágrimas de tristeza, frustración, de alegría, de satisfacción, de merecimiento, nublan la vista  pero no la percepción de la realidad absorbida por tan diminutos portales. Pasado, presente, futuro. Cuánto albergan dos pupilas, iris y esclerótica: Remordimientos, logros, recuerdos, ambiciones, sueños, historias, palabras dichas, pensamientos, conversaciones repetidas, ideas silenciadas, frases inspiradoras. Todo, tras los portales, alcanzadores del cielo, de las estrellas,  receptores de

Homenaje a la amistad

Nosotras somos las cuerdas en este mundo de locos; nosotras, la melodía en esta desarmonía, la cordura entre la locura, la sensatez de enanos entre la madurez inalcanzada, las rebeldes entre conformistas aspirantes de éxito, las magas en un mundo sin imaginación, las palabras mezcladas entre frases inconexas aparentemente, las piezas de un puzzle difícil de concebir completo; sí, las cuerdas en este mundo de locos, ¡no dejes de recordármelo nunca!
Estela de las estrellas, reflejo blanquecino del lago nocturno, sendas ocultas entre las ramas, hierba aplastada por las pisadas. La lluvia no impide mirar arriba, ahora el cielo está oscuro, acogedor; vosotras, las luces más insospechadas, os dejáis ver en el momento inoportuno y, hasta que no os refugiáis de nuevo, no comienza el día, bajo los rayos del sol. Tan pequeño planeta, tan grande el universo; ahí permanecéis y desaparecéis,  como nosotros, con el tiempo. Qué poco nos acordamos de  vuestra existencia e,  incluso y a veces, de la reflexión sobre la nuestra propia. Ahora son bombillas, farolas, intermitentes y carteles deslumbrantes, los que sustituyen en la ciudad este  refugio ajeno a las paredes. No contemplemos constantemente  fotografías o documentales, salgamos y miremos; aguardan con el tiempo desde su posición en el espacio, al igual que nosotros desde los pies en este mundo.

The light cannot dissapear, only diminish

La rutina nos hace olvidar, ser inconscientes. Podemos dejar que nuestro potencial disminuya con la repetición y el aburrimiento de vivir pero, al final, nos romperemos si no aspiramos a ser nuestra mejor versión de nosotros mismos, si no seguimos nuestro camino. Nos daremos cuenta de que nuestro potencial, nuestra luz, nunca había desaparecido. Nos percataremos de que ha permanecido siempre, incluso cuando la dábamos por perdida. Basta encontrarla para descubrir la riqueza que se halla en el ser humano y cómo, gracias a estos duros momentos, relucimos después con fuerza para mejorar el mundo aceptándonos, queriéndonos a nosotros mismos y ofreciendo a los demás un mundo donde la felicidad compartida prima y donde la realidad se mejora por sí sola con nuestra consciencia de un mundo mejor y nuestros pensamientos y acciones.
          Las teclas del piano sonaban; más fuerte, más suave, más estrepitoso, más melódico, mejor, peor: esa es otra cuestión. Dependía mucho de cómo se sintiera aquella mente inquieta, lejana de la realidad más palpable.                 El pentagrama mostraba cada silencio, sonido y duración que se debía emitir y, aún así, este pequeño autodidacta, tan perfeccionista, no podía evitar enfadarse consigo mismo.          Se preguntaba si realmente era aquel el sueño por el que merecía la pena vivir o morir. Le parecía como si hubiese regresado una tribu y, con los tambores, ofrecieran un sacrificio a la perfección buscada y perdida de esa melodía.  «¡Lo dejo!» exclamó. Se levantó y, ante el mismo pensamiento de fracaso, se sentó de nuevo.          Si lo intentaba, el perfeccionismo le hacía dudar de su corrección y, si no lo intentaba, lo juzgaba, o más bien se juzgaba a sí mismo, por falta de trabajo duro e intento de superación, por ni siquiera intentarlo.               A
               ¿Tenemos reflejo? Parece que no influimos en la vida de los demás y, sin embargo, no es así. Sí, influimos mediante nuestros pensamientos en nuestra actitud, visión, acciones; y, en los demás, dejamos nuestra energía negativa pero… ¿realmente vemos que tenemos ese reflejo? ¿lo tenemos?                                 Parece que vivimos a través de un espejo reflejado en otro, y así constantemente. ¿Cómo evitar verse la realidad? No digo que esos espejos reflejen realidades falsas; pueden ser verdades pero no completas. Al fin y al cabo, no creo en el reflejo personal completo en el mundo. Siempre hay una parte que permanece para la persona y así debe ser, si no seríamos meras copias de los demás.                                 Escribí un poema que puedo relacionarlo ahora con esto: El espejo y la autenticidad . No creo que me explicase muy bien, no lo contextualicé o usé las palabras precisas para describir la situación (en mi mente sí, aún no está corregido
Incapaz de movilizarme observo cómo el mundo gira, sin cese. Las huellas quedan plasmadas en el suelo, con más rapidez que el corredor de cien metros. Y, con la cabeza gacha avanzo penosamente lento, ya no sé si por rebelión, ser estúpida o ser coherente.
Una nota, una palabra, un compás, un verso, un silencio, un punto, una melodía, una rima, un pentagrama, poesía.
The light of the sun seems like is not going through the window, but it seems it is reflecting the outside of the mind. Sunbeams are the borders that must be figured out and destroyed in order to view the world in another perspective and grow; and the sun, in its radiance, in its whole, will bright again as it never did.
Quiero descubrir qué me hace brincar de la cama cada mañana, qué me hace sonreír, qué me hace sentir que estoy viva y qué me permite recordar la importancia de vivir despiertos. Quiero explorar sensaciones distintas, movimientos inesperados, palabras pronunciadas, escritas y silenciadas, frases inacabadas, viajes improvisados, lugares ocultos, paisajes exóticos, costumbres ajenas, olores refinados, sabores deliciosos, tejidos suaves, pinturas entrañables, gestos solidarios, sonrisas humildes, alegrías explosivas, llantos satisfactorios, bostezos aburridos, colores mezclados, lenguas extranjeras, libros viejos... Quiero explorar más allá de lo que mi mente me hace creer que existe y descubrir todo aquello que sobrepasa mis pensamientos, mis sueños, hasta llegar al día en que una lágrima de alegría recorra mi rostro y mi último pensamiento sea: "¡Qué día más maravilloso! ¡Mañana otro!"
Parecía estúpida la situación. No estaba más que con los ojos cerrados y pensando qué hacer tras un día de total abatimiento. Los acordes de guitarra llegaban hasta mi tímpano por medio de los auriculares pero la melodía me era tan lejana como la idea que la letra transmitía. Sólo quería descansar de este solitario mundo en que había nacido y, sin embargo, no era posible alejarme de una sociedad cansada y juiciosa. Sí, es cierto, no era ni es siempre así, pero hasta los soñadores en algún momento se vuelven escépticos para poder volver a soñar. Mi cabeza, apoyada contra la pared, mi cuerpo sentado en la cama, no indicaba más que el agotamiento del día. Sabía perfectamente que debía luchar; en ocasiones resultaba inevitable pensar ¿para qué? Sabía, en cambio, que hallaría la respuesta más adelante y que el desánimo por esta incertidumbre se desvanecería: por el momento solo dejaría establecerse en mí la paciencia y el lento avance de la transformación de esta estúpida situación a una s
La derrota es vagar sin rumbo y no saber descansar, solo abandonar. Tras fracaso y decepción parece todo inacabable e inalcanzable; con acciones continuadas se podrá conseguir el objetivo, y aún así la meta sobrepasa en ocasiones al soñador. ¡Levantémonos y sigamos!¡No nos detengamos! Podemos andar en la incertidumbre y avanzar o paralizarnos ante la duda; Podemos analizar la situación hasta desgajarla en los "qué pasaría si...", o aceptar nuestros nervios y actuar hasta llegar al ideal anhelado.
¿Soporta la mente humana el caos? Nos encontramos en movimiento constante y ni somos conscientes del cambio. Nos gusta la estabilidad y la rebelión; aceptamos o negamos, en ocasiones, una realidad según nuestra concepción de la misma; tratamos de mejorar, y a veces volvemos atrás. Cuanto más nos conocemos, más conscientes somos de nuestro desconocimiento. Sí, somos complejos, ¿pero, dentro de nuestra complejidad, seríamos capaces de soportar el caos? ¿O nos destruiría? ¿Nos haría más fuertes? ¿Por qué entendemos que debe existir “un caos” y un “orden”? ¿Qué nos hace desear ese caos y orden al mismo tiempo incluso que prevalece, a veces, según individuos, uno  sobre otro?