Movimiento sigiloso, de la esperanza paciente. Delicado, fuerte. Flexible, rígido. En constante espera dinámica. Todo se mueve, nada parece cambiar. Uno tras otro apacigua la mente. La cadena de intentos fallidos hace caer la tinta del tintero del sueño. La pluma continúa escribiendo, la mano efectúa el movimiento sigiloso, espera alcanzar una satisfacción inherente a la actividad, una que no parece existir. Luego retrocede la mirada sobre las palabras, sonríe el rostro, de realización, no entusiasmo, y acepta el hecho. ¿Qué más hace falta para satisfacer dicho deseo? Se busca, se escapa. No se encuentra. Aparece, desaparece constantemente. Siempre escribiendo. Siempre buscando esa sensación efímera. Siempre un movimiento sigiloso, un movimiento constante, una dinámica reflexiva en medio de una aparente búsqueda de una esperanza inexistente y una gratificación en la aventura de las palabras.
Si tan solo quisiera escuchar, atendería. Si quisiera aprender, conocer, escucharía. Escuchar las palabras, los silencios, los errores, los aciertos, el significado de los gestos, de las indecisiones, de los sinsentidos, de las convicciones. Vería toda su realidad, la viviría sin experimentarla toda, pero aún así la sentiría de un modo más profundo que ahora, más vívida. Tal vez le llevase a pozos de desánimo o desajuste tal complejidad, pero merecería la pena el esfuerzo si al final hubiese contemplado su recorrido y hubiese dejado una pequeña huella, marcada por el superfluo contenido que aposenta en el papel, lleno de tinta; pues todo continúa, y quien dijo una vez una idea, puede cambiar, y si regresa a ella otro apremiante de la escucha, de la curiosidad, puede recuperarla y hacerla florecer adaptándola a su vida. Un día es una mancha; otro, un concepto con el germen de una revolución, con otro nombre. Pero primero empieza así: escucha, aprende, pasa el timón a las siguientes
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