Miraba la gente. Uno iba con el paraguas en mano, el otro con él desplegado por las goteras de los tejados y los árboles, otro se las apañaba con una capucha, y otros buscaban cobijarse bajo los porches. La lluvia no dejaba indiferente a nadie; ni a quien la odiase, ni a quien cerrara los ojos para sentirla o quien, con los mismos ojos abiertos, sonriera hacia el cielo y se empapase de alegría. Algunas zapatillas y zapatos sonarían con las pisadas en determinados suelos secos; algunos intentarían ser discretos en su presencia, otros, tratarían de llegar a tiempo a sus quehaceres, tan rápido que sus pasos seguirían el compás del chirrido. Nadie quedaría fuera, nadie sería una excepción. Incluso aquellos que iban en un coche, bus, o como aquí, en Pamplona, en villavesa, tendrían el máximo cuidado con sus pertenencias. Todo está a merced de la humedad. U...
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