No conciliaba el sueño.
Simplemente no podía, y no lo soportaba en ocasiones; en otras, disfrutaba de
la soledad de la noche. Miraba al techo y hablaba en voz alta sola. Por suerte
para ella, su mascota la acompañaba en su vigilia, aunque había veces que lo
hacía sin estar ella presente. Cuando eso sucedía se reía un rato, no podía
evitar sonreír con la simpleza y el surrealismo de aquella escena. Todos los
recuerdos se agolpaban, tanto buenos como malos, e iban a su mente como trozos
de películas cortadas. Después se acordaba de aquello que debía hacer. Y, ya
que no podía dejar de hacer nada, y que no iba a estar más que mirando al
techo, se decía a sí misma: “¿por qué no?” se levantaba e iba al estudio, y
comenzaba sus tareas hasta que la noche se convirtió en una fuente de ideas, y
el día en un momento de ajetreo que para ella sería el descanso de un buen
trabajo y para los demás un comienzo de inacabados recuerdos.
¿Tenemos reflejo? Parece que no influimos en la vida de los demás y, sin embargo, no es así. Sí, influimos mediante nuestros pensamientos en nuestra actitud, visión, acciones; y, en los demás, dejamos nuestra energía negativa pero… ¿realmente vemos que tenemos ese reflejo? ¿lo tenemos? Parece que vivimos a través de un espejo reflejado en otro, y así constantemente. ¿Cómo evitar verse la realidad? No digo que esos espejos reflejen realidades falsas; pueden ser verdades pero no completas. Al fin y al cabo, no creo en el reflejo personal completo en el mundo. Siempre hay una parte que permanece para la persona y así debe ser, si no seríamos meras copias de los demás. Escribí un poema que puedo relacionarlo ahora con esto: El espejo y la autenticidad . No creo que me explicase muy bien, no lo contextualicé o usé las palabras precisas para describir la situación (en mi mente sí, aún no está corregido
Comentarios
Publicar un comentario