Los peldaños parecían aumentar a medida que llegaba arriba. Uno, y otro, y otro más. Era interminable. La gota de sudor, tímida, pero implacable, recorría mi rostro a pesar de mi sombrero, ¡y yo que pensaba que me serviría de algo! ¡qué ingenuo!

         Uno, y otro, y otro. ¡Por fin! -exclamé- ¡el último!- Sin embargo, mi pie cedió. Parecía no querer avanzar, como si una fuerza le impidiera ascender hasta alcanzar el desafío final. Miré hacia abajo. Luego a un lado. Observé todo el trayecto recorrido desde el primer piso; después, el ascensor estropeado. Era el portal diez, piso undécimo. Si no fuera una emergencia ni habría ido.

       Ahí me tenías, enfrentándome al deseo de querer llegar al final, o renunciar por creer que hay un objetivo más satisfactorio. ¿Qué pasaría si mi pie se colocase en el último escalón y llamase, después de suspirar fuerte para obtener el ánimo perdido, y me dijeran que la emergencia, la meta, la forma en la que podía ayudar, se desvanecería en segundos? ¿hubiese merecido la pena cada uno, y repito, cada uno de los ¡diez pisos, ni uno menos! y ver que no quería eso en realidad?

        Imaginé que mis fuerzas se disiparían con la subida, no sabía que se escaparan tan rápido. Me repliqué a mí mismo mi propio pensamiento y suspiré con ahínco, o así me pareció que lo hacía, antes de afirmar y creer: ¡sí, ha merecido la pena!¡mira todos los retos que creías no lograr y cuánto has mejorado! ¡disfruta de cada escalón, reto, meta y no olvides la puerta del piso! Llegarás sin el ascensor, y costará levantar un pie tras otro para no caer hacia atrás y avanzar. Si no hubieses pensado en la misión de ayudarle, a quien estuviera detrás de la puerta, no hubieras subido todos los peldaños. Ahora, pie, querido pie, me siento estúpido hablándote así, aunque ya estaba hablando solo por el camino, así que, no importa, hazme caso. Funciona y sube.

          Y así fue, subí, llamé a la puerta y resulta que el tiempo no se burló de mí. Me permitió visitar a aquel paciente y le ayudé sin demora alguna, mejoró y yo conseguí la satisfacción de prosperar su vida a cambio de permitirme él sentir que mi sueño se transformaba en un hecho, en mi vida, día a día; mi sueño de ser médico se iba cumpliendo, progresaba constantemente y el esfuerzo se veía recompensado por su sonrisa, al ver recobrada la salud: ya nunca pararía de recordar aquel día, el porqué de mi profesión, mi sueño, y no aspiraría a ser médico, lo sería hoy en actitud, y aprendería a disfrutar de cada peldaño mientras encontraba lecciones en cada obstáculo, en cada escalón.

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