¿Son nuestras convicciones guiadas por los sentimientos o por la razón?
           
            En la obra Medea  de Eurípides, como en Abel Sánchez de Unamuno, se presenta a los personajes con unas convicciones interiores marcadas fuertemente por una causa por la que luchan tanto Medea como Joaquín así como, en menor medida, Jasón y Abel.
           
            Los personajes parecen predestinados: Por un lado, Medea es el personaje vivo de la expresión pasional, del deseo y por lo tanto, se contrarrestará con el personaje racional que presenta Jasón. En cambio, Joaquín está determinado por la historia de Caín y Abel, identificándose con el primero, con una carencia o infravaloración y, de esta forma, en un principio Abel se centrará en su trabajo y familia al ser afortunado mientras que Joaquín lo envidiará constantemente.
           
            Sin embargo, el factor que rompe el amor que Medea y Joaquín albergan los lleva a odiar, a romper como Medea o a seguir, como Joaquín, el destino que se refleja después mediante la venganza, en el primer caso, y la envidia en el segundo.
           
        Jasón, por razones para él racionales o justificables, encuentra otra pareja y esto impide que Medea lo siga queriendo. Por otro lado, Joaquín, desde su infancia, vio la predilección por Abel y cómo él resultaba ser un estorbo para los demás. Él trabajará duro en su profesión pero nunca se valorará lo suficiente al compararse con Abel, un hombre de sociedad y en apariencia, tal vez por falta de información, superficial al buscar, según Joaquín, solo el éxito y la técnica que le conduzca hasta ello.
           
           Así pues, en esta contraposición de personajes, se aprecia cómo la venganza y la envidia serán el motivo o la convicción que guiarán a Medea y Joaquín a lo largo de la obra a su desenlace. A pesar de, en un principio, parecer personajes movidos por razones emocionales, se contradicen a sí mismos o se aclaran sus intenciones y formas al desvelarse sus planes o maneras de actuar ante la situación.
           
            En Medea, se presenta la protagonista como un personaje pasional pero a la vez su convicción es intocable. La infidelidad de su marido, aunque se excuse con motivos razonables como la sostenibilidad de la familia, le lleva a planificar una estrategia con la que vengarse. Podría parecer en un principio un acto impulsivo, sin embargo, realmente apacigua su deseo hasta que consigue obtener una opción mejor al ofrecerle Egeo un lugar donde huir y conseguir su objetivo. Esa convicción es emocional pero el modo de reflejarla en el exterior, de ejecutarla, es considerado racional y, por eso, existe la posibilidad de que no sea puramente emocional.
      
       En Abel Sánchez, Joaquín, movido por la envidia, posee una convicción aparentemente emocional al solo valorar la repercusión que tienen los hechos en él. Sin embargo, se ve que busca una solución lógica a sus problemas al, por ejemplo, acudir a misa y confesarse por un bien mayor, su bienestar y el de sus relaciones personales, a la vez que intenta alejarse de ese mal creciente en él. Esta es una opción que no consideraría si realmente no fuera consciente de las razones lógicas y, a su vez, sí que es cierto que atiende motivos pasionales para mantenerse en un cierto equilibrio emocional.
           
            Otro ejemplo de este proceso lógico sucede cuando conoce al hijo de Abel y, en vez de odiarlo, de manera razonable asume que debe, al menos, darle una oportunidad y no compararlo con su padre como hacía consigo mismo constantemente. O si no, el mismo hecho de ser Antonia su esposa sin quererla lleva a pensar que su casamiento tuvo un fin mayor que el propio amor: en este caso, la comparación  y superación de Abel y su mujer.
           
            De la misma manera, se pueden analizar los personajes opuestos; aquellos que, en un principio, confunden al lector porque de alguna manera actúan por un motivo racional aunque siempre esconden un motivo personal que atañe razones emocionales.
           
            Desde un comienzo, Jasón es el representante de la figura racional en la tragedia griega incluso al desposarse con la hija de Creonte, un rey. Él lo justifica ya que un fugitivo como él, casándose con Creusa, conseguiría para sus hijos y para su mujer una posición más elevada y, por lo tanto, mayor estabilidad.
           
            A pesar de esto, a medida que avanza, Medea se manifiesta como una habilidosa estratega y los motivos de Jasón van menguando hasta que, tras el asesinato, renuncia a su condición racional y, a pesar de parecer distante y frío con su familia durante toda la obra, se desvela su lado emocional al suplicar por la muerte de sus hijos. En este instante, sí podría ser creíble esa razón lógica del casamiento por su familia pero no por ser lógica, sino emotiva, al considerar primero su relación familiar y luego buscar una solución con la que mantenerlos y mejorar su situación, no al revés. De nuevo, resulta extraño esta compenetración de lo racional y emocional en el ser humano, se entremezcla y forma un tipo de pensamiento cuya consecuencia puede tender a parecer racional o emocional.
           
            En cambio, en Abel Sánchez,  Abel, al ser pintor, se supone que debe mostrar cierta sensibilidad. A pesar de eso, el punto de vista de Joaquín nos permite percibir  un Abel meticuloso, técnico: ve el arte más como una ciencia, mientras que Joaquín ve en la ciencia el arte del saber. Del mismo modo, semeja establecer relaciones duraderas y bien mantenidas aunque, al igual que Jasón en Medea por el casamientoda a entender que las manipula al mostrarse frío así como al presentarse mujeriego al inicio de la obra por su amigo.
            
         En el desenlace de la obra, Abel mira a su nieto con ternura y se demuestra su lado más emocional al salirse las lágrimas por primera vez tal y como dice recordar su hijo y más tarde, aunque sigue un camino tradicional a pesar de su oficio de artista, revela cómo realmente sí amaba a las personas al contrario que Joaquín que, a excepción de su hija, nunca amó a su mujer tal y como confesó al final. Todo ello conlleva enfrentarse a la equivocación de asumir que Abel se movía por una convicción racional: Perdió la pasión por el arte y realizó obras de manera técnica, como un ejercicio de estilo, no por expresión, pero no olvidó nunca del todo la importancia de las relaciones y lo recordó, una vez más, con la figura de su nieto.
           
          En definitiva, tanto Medea y Joaquín, personajes que parecen guiarse por un motivo emocional, como Jasón y Abel, por uno racional, dirigen al lector, a través de estas obras, a la conclusión: el ser humano se mueve por una convicción emocional aunque se trate de vivir de manera racional o se utilicen medios racionales para conseguir un fin valioso para la persona puesto que priman las relaciones para encontrar la felicidad y la coherencia interna necesarias para disfrutar de una vida honrada. 



Ensayo basado en la obra de Eurípides, Medea y Abel Sánchez, de Unamuno

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