Si tan solo quisiera escuchar, atendería. Si quisiera aprender, conocer, escucharía. Escuchar las palabras, los silencios, los errores, los aciertos, el significado de los gestos, de las indecisiones, de los sinsentidos, de las convicciones. Vería toda su realidad, la viviría sin experimentarla toda, pero aún así la sentiría de un modo más profundo que ahora, más vívida. Tal vez le llevase a pozos de desánimo o desajuste tal complejidad, pero merecería la pena el esfuerzo si al final hubiese contemplado su recorrido y hubiese dejado una pequeña huella, marcada por el superfluo contenido que aposenta en el papel, lleno de tinta; pues todo continúa, y quien dijo una vez una idea, puede cambiar, y si regresa a ella otro apremiante de la escucha, de la curiosidad, puede recuperarla y hacerla florecer adaptándola a su vida. Un día es una mancha; otro, un concepto con el germen de una revolución, con otro nombre. Pero primero empieza así: escucha, aprende, pasa el timón a las siguientes generaciones, y aprecia cuanto te transmiten las anteriores.

   Siempre contempla, luego refleja la reflexión-la innovación de un tiempo inexistente para el pasado, la vivencia del siempre complicado presente, y el tiempo vacío que a cada segundo es y prepara el futuro-; un hombre no es más que el barco sin rumbo del que la tormenta machaca el material y que, en el último instante, llega a su destino por saber dónde está el norte, aunque no exactamente la tierra próxima. Vamos sin Lázaro, vamos ciegos, parece que solos. Todos así. Un ciego ayuda al otro a no caerse en el agujero, y el barco zarpa, navega y lanza el ancla al fondo del mar. Si somos ríos, a veces nos unimos, otras nos separamos, aunque siempre acabamos en cauces mayores, todos así, juntos. Nadie está solo si brinda a la curiosidad su deber y condición, si conecta, consigo, con el otro, si contempla lo real e inexistente, si lo aprecia, y si sabe desconectar de la reflexión constante de vez en cuando. Si reconoce que anda cerca de estar extraviado en alta mar, en el fondo oscuro donde apenas llega a la superficie, y, si aún complicada parece la realidad, la acepta, la sobrellevará con sus propios hombros y el de los demás tripulantes de este tiempo evanescente, y dejará esa huella ansiada, inútil si el material no perdura, e inútil si perdura en el tiempo pero no sirve en el huidor presente.

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