Subió al tren. Se sentó, y miró su reloj: las doce del mediodía. Ni un minuto más, ni uno menos. Suspiró. Miró por la ventana. Miró hacia el pasillo; hacia sus parientes despidiéndose con la mano tras el cristal. Colocó su maletín, antes sobre sus piernas, debajo de su asiento, junto a su pie derecho, contra la pared. Volvió la vista al frente, aún no se había acomodado ningún viajero con el que pudiera tener una conversación interesante. Mejor así, creyó. Miró hacia arriba. Había compartimentos donde dejar el equipaje. Él, que solo llevaba su maletín no se preocupó, pero pensó que le hubiese venido bien traer un poco más de vestimenta, ya para la próxima vez. Sí, estaba ansioso. Su mente no paraba de tener pensamientos de duda, incluso de las más nimias tareas. Por eso miraba a todos lados, y no observaba nada con discernimiento. No podía relajarse. Sabía que no tenía sentido. Aprovechó su compañía fantasmagórica para abrir su maletín sobre la mesa y comenzar a trabajar; nadie le iba a molestar, nadie le dirigiría la palabra.

-señor, su documentación, por favor.
-sí, claro, ahora voy- buscó entre todos los papeles esparcidos sobre el tablero de madera- ¡aquí está!- dijo con una sonrisa, casi una mueca- ¿todo en orden?
-En efecto. ¿Trabajo?
-Sí, debo preparar una conferencia. Sin embargo, nunca ha sido mi fuerte hablar delante de tanta gente. Considero importante el tema, así que, ¡aquí me tiene! ¡ojalá pudiera ser una simple charla de amigos y no esto!
-Si lo prefiere- sugirió viéndole agobiado- allá atrás- señaló con el dedo índice hacia el final del pasillo- no hay distracción que lo pueda apartar de su concentración. Está un tanto apartado, lejos de la maquinaria y no hay ningún problema respecto a la comida, siempre es accesible en cualquier vagón. Además, imagino que preferirá tener el máximo silencio posible, aunque aquí ya hay bastante, por lo que veo aún no han llegado todos los viajeros.

         Agradeció su oferta, no la aceptó. Le explicó que un cierto nivel de distracción siempre le venía bien para saber concentrarse mejor. Parecía una tontería, y lo admitió; en verdad lo era, pero le servía. No pareció entenderlo, aún así no hizo ninguna crítica o le contrarió; simplemente le dijo "buena suerte", aunque no creyera en ella este particular conferenciante, se despidió, y ambos siguieron con su labor.

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