Cuando hablen los ojos,
que los labios se cierren,
que la cabeza se dirija al frente,
que las manos queden tranquilas,
que las orejas escuchen
lo que fue anteriormente
imposible de transmitir.

Cuando te encuentres frente 
una mirada transparente,
pregúntate por qué,
por qué el resto del cuerpo
permanece quieto, inmóvil,
o en continua agitación.

¿Qué desean transmitir?

Los párpados no impiden ver,
y la ilusión o las lágrimas
de tristeza, frustración,
de alegría, de satisfacción,
de merecimiento,
nublan la vista 
pero no la percepción
de la realidad absorbida por
tan diminutos portales.

Pasado, presente, futuro.
Cuánto albergan dos pupilas,
iris y esclerótica:

Remordimientos, logros,
recuerdos, ambiciones,
sueños, historias,
palabras dichas,
pensamientos,
conversaciones repetidas,
ideas silenciadas,
frases inspiradoras.

Todo, tras los portales,
alcanzadores del cielo,
de las estrellas, 
receptores de un universo
tan inmenso
que advertimos
nuestra incapacidad
de percibirlo enteramente,
sabemos que no podemos
imaginar cuánto irradian.

No percibimos 
el valor de la infinitud
que aún no han revelado 
a través de sus cristales,
pero sí apreciamos
cuánto sabemos 
que nos queda por descubrir,
a través de nuestra curiosidad,
sobre la realidad en la que vivimos,
y sobre las personas que nos
exponen su vida, 
simple y extraordinariamente,
a través de su mirada.


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